jueves, 20 de agosto de 2009

Las Estatuas Humanas del Centro


A las ocho de la mañana, las personas de la ciudad se levantan a cumplir con sus responsabilidades, al igual que Jorge Franco, un joven de 20 años que vive en Robledo y sale con un vestuario diferente al de los demás, con un atuendo de bronce que lo hace parecer a una estatua de verdad.

En su cara lleva unas gafas para cubrirse del sol, lleva un pantalón y una camisa pintadas de bronce.Su lugar de trabajo es el centro de la ciudad desde hace cinco años, tiene un hijo y con lo que gana trata de mantenerlo y sacarlo adelante, " por mi hijo lo que sea, yo hago de todo", añade Jorge.

Jorge permanece parado sin modular, ni moverse durante 10 horas, con un receso de 15 minutos para comer algo, a las nueve de la mañana el sol empieza a calentar, " Me pica la piel, pero me tengo que quedar quieto, las personas pasan afanadas para sus trabajos y pasan desapercibidas de este valor cultural que realizo".

La plazoleta está rodeada por las reconocidas estatuas del antioqueño Fernando Botero, arte que en la mayoría de las veces las personas no le prestan importancia y son más valoradas por lo turistas que las admiran y pasan con el placer de conocerlas.

El centro es un lugar en constante movimiento, personas que pasan para sus trabajos, personas que viven del rebusque "minutos, minutos a 200", niños vendiendo dulces, personas de edad cantando y al igual hay otras personas que le hacen competencia a Jorge Franco repartidos en la Plazoleta con atuendos diferentes.

A las 12 del día el estómago de Jorge está vacío, no ha probado comida desde que salió d su casa, a pesar de esto hace muy bien su trabajo, tiene una mirada fija, una postura firme y sus manos quietas.

" Puedo permanecer durante 10 horas sin moverme,lo importante es llamar la atención de las personas y aunque a veces me siento cansado, hago mi trabajo lo mejor posible", expresa Jorge.

Las personas se quedan detenidamente observándolo, los que más se dejan llevar por la emoción son los niños, le piden a sus papás cualquier moneda y así sean 100 pesos, Jorge los recibe con gran satisfacción en su alargado vaso, aunque él se tenga que hacer como el que no ve, ni siente nada.

A las seis de la tarde, el sudor en el rostro de Jorge empieza a dañar su maquillaje, la hora de descansar llega para volver a su vida como una persona sonriente y sociable. El traje de bronce se va derritiendo y Jorge se dirige a su casa agotado.

En la Plazoleta sólo quedan las estatuas de Botero, esperando a que sea el otro día, para que Jorge llegue con su arte y resalte esas estatuas que las personas pasan desapercibidas.

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